La Educación Emocional: una inversión para el futuro

octubre 29, 2016 | Publicado por: Nerea Marín

¿Qué cuidados precisa un niño? ¿Qué necesidad no está pudiendo satisfacer?¿Cómo ayudarle? ¿Esto que quiero hacer o decirle puede ayudarle o perjudicarle? Los niños no traen bajo el brazo un manual de instrucciones para que sus padres o cuidadores sepan qué pasos seguir, qué mecánicas usar para su pleno desarrollo o cómo solucionar los problemas que vayan surgiendo en el transcurso de su crecimiento. Tampoco pueden cuidarlos recurriendo a la imitación, ya que cada niño es diferente. Por tanto, no todos demandan las mismas necesidades, ya que como bien se representó en la película Inside Out cada uno se guía por sus emociones: tristeza, miedo, alegría, ira y asco. Pero, pese a que cada cual desarrolle una personalidad diferente, a todos les agrada una sonrisa, a todos les agrada recibir un abrazo, a todos les gusta aprender jugando.

Son solo niños y darles cariño no es cubrir un capricho, sino más bien satisfacer una necesidad, una forma de recompensar su esfuerzo, un premio a una buena actitud, una forma de darle reconocimiento. Aunque la educación emocional para contribuir al desarrollo global de la persona, no sólo precisa de achuchones. Como seres sociales que son, los niños tienen que conocer las normas establecidas. Sin embargo, para que haya buenas conductas, no hay que encasillarse en lo que está saliendo mal, sino que siempre hay que ingeniárselas para darle una vuelta a las cosas y que así resulte más atractivo cumplir las metas. Los jóvenes precisan de motivación, elogios y reconocimiento cuando hacen las cosas bien; pues la disciplina significa enseñar, no riñas ni castigos.
La familia cumple un papel muy importante en el desarrollo físico, social y psicológico de las personas. Es uno de los contextos más importantes, donde se realizan los aprendizajes básicos que serán necesarios para el desenvolvimiento autónomo dentro de la sociedad. Por tanto, siguiendo la teoría de Daniel Goleman: "La inteligencia emocional comienza a desarrollarse en los primeros años. Todos los intercambios sociales que los niños tienen con sus padres, maestros y entre ellos, llevan mensajes emocionales".
En la niñez necesita interactuar con el mundo que le rodea a través del juego y del lenguaje; así como establecer y mantener una relación cálida y cercana con los padres o cuidadores. Autores como Erikson y Dorothy Burlingham sostenían que, para superar las distintas etapas, los jóvenes necesitan cuidados afectivos que les permitan desarrollar la confianza y la empatía hacia los demás. En el vínculo afectivo, el niño o niña adquiere seguridad, aprende a expresar sus sentimientos, a conocerse, a confiar en sí mismo y a acrecentar su autoestima. Mirarlos, escucharlos y atenderlos es vital para que crezcan, aprendan y vivan.

El  adolescente no es un niño, pero tampoco un adulto. Continúa siendo dependiente, aunque al mismo tiempo reclame libertad. Conforme va creciendo, amplía los contextos de socialización externos al hogar. Cómo se desenvuelva dentro del entramado social va a depender de la base educativa que ha recibido. Desde esta perspectiva, está en manos de los educadores ofrecerles un entorno lleno de experiencias enriquecedoras que le ayuden a adquirir una buena competencia social. Clara Romero Pérez defiende esto en su artículo ¿Educar las emociones?: Paradigmas científicos y propuestas pedagógicas, en el que mantiene la tesis de que la educación emocional constituye una prioridad educativa en la sociedad actual; y razones sociales, educativas y de salud mental justifican esa necesidad.
Estudios posteriores han demostrado que los ambientes familiares carentes de afecto perjudican el progresivo desarrollo de las capacidades cognitivas y emocionales. En contraposición, el estímulo de los padres y la escuela lo fomenta, ya que éste se debe tanto a factores genéticos como ambientales. Carme Gómez-Granell y Albert Julià en el libro Tiempo de crecer, tiempo para crecer  hacen un recorrido por los periodos y los espacios de los niños y adolescentes: desde la familia y la educación, hasta el ocio, el entretenimiento y los amigos. Tomando como base los datos de dos encuestas elaboradas por el Consorcio Instituto de Infancia y Mundo Urbano (CIIMU), sostienen que "El tiempo que las madres y padres —y otras personas adultas— destinan a atender las necesidades emocionales y afectivas de sus hijos e hijas, a inculcarles valores y transmitirles conocimientos, a hacer un seguimiento de los estudios y de las actividades de ocio, o a incentivar comportamientos apropiados representa una inversión en su bienestar presente y futuro".
Aprender a andar, a hablar, a leer o a escribir es incuestionable para el entorno familiar y el sistema educativo pero, ¿es necesario que los jóvenes conozcan a las pequeñas voces que hay dentro de sus cabezas? Desde que nace un niño hasta que llega a adulto hay tiempo para saber qué ingredientes emocionales son los que lleva esa receta que a lo largo de su desarrollo ha ido cocinando: la personalidad. La cantidad, y especialmente la calidad, del tiempo que se invierte en educación emocional son dos de los principales factores que determinan el bienestar y desarrollo de la infancia y la adolescencia y, por consiguiente, sus oportunidades laborales y capacidad productiva futura.

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