Gonzalo Álvarez: "Quise ser trabajador social para mejorar la vida de otros"

marzo 25, 2017 | Publicado por: Nerea Marín


Existen profesiones que están más vinculadas a esa llamada interior, ese deseo de hacer las cosas para ser felices, para sentirse realizado por un trabajo que apasiona, eso que es etiquetado socialmente como vocación. Determinar por qué camino vas a desviarte es sumamente imponente, está plagado de baches y pasan miles de ideas y posibilidades por la mente, pero inevitablemente llegamos a ese punto en el que esa pregunta que tanto persigue precisa de una respuesta: ¿Qué quieres ser cuando seas mayor? 
Cuando alguien le pregunta qué le motivó a ser trabajador social, Gonzalo Álvarez Gámiz siempre responde lo mismo: "Quise ser trabajador social porque quiero mejorar la vida de otros". El trabajo social se define según la Federación Internacionalde Trabajadores Sociales y la Asociación Internacional de Escuelas de TrabajoSocial como la profesión "que promueve el cambio social, la resolución de problemas en las relaciones humanas, y el fortalecimiento y la liberación de las personas". Sin embargo, "hay mucho desconocimiento acerca del trabajador social", opina Gonzalo Álvarez y añade "los trabajadores sociales somos conocidos por las familias como los quita hijos".
Los principios de la justicia social, los derechos humanos, la responsabilidad colectiva y el respeto a la diversidad son fundamentales para el trabajo social. Respaldada por las teorías del trabajo social, las ciencias sociales, las humanidades y los conocimientos indígenas, el trabajo social involucra a las personas y las estructuras para hacer frente a desafíos de la vida y aumentar el bienestar. Ante esto, Gonzalo Álvarez Gámiz afirma que "los trabajadores sociales somos un puente de ayuda. No solucionamos problemas, sino que acompañamos a las personas para que superen caminos con obstáculos".
Cultura y lugar social pasan a ser coordenadas en todo abordaje de la subjetividad humana. Aunque decir esto sería caer en una realidad simplificada puesto que con inconsistencias y paradojas, que proceden de casos particulares y generalistas no se está llegando a la complejidad de la constitución de la personalidad dentro de una sociedad. En el inconsciente de los sujetos con las cicatrices de su contexto se escribe y reescribe efectos individuales y colectivos determinantes que provocan transformaciones simbólicas. Cuando los sujetos adquieren una identidad social que les permite expresarse a través de sus colectivos y adoptar posturas activas en pro de la defensa o restitución de sus derechos, se opera una inclusión en la dinámica social. "Un adolescente que tiene una actitud diferente a su seno familiar no es malo, de hecho el concepto de malo y bueno es subjetivo", aclara el trabajador social.
Cada cultura y cada enclave social proporciona imágenes, valores, modelos, zonas de permisibilidad y de prohibición; habilita experiencias y produce significados en torno a ellas, todo lo cual contribuye a la producción de una subjetividad singular, como bien explica en un ensayo el profesor y psicólogo Victor A. Giorgi. Todo ello, son trazas, huellas que constituyen la personalidad individual. Por eso, "la educación es la base principal para prevenir o encauzar las situaciones límites que pueda vivir un adolescente", afirma Gonzalo Álvarez Gámiz.
Del mismo modo que la sociedad influye, la familia ocupa un lugar simbólico en la constitución del adolescente. Aunque, realmente, lo que la familia les inscribe no es la consecuencia de una voluntad deliberada, de un plan preconcebido. Más bien, como efecto de la travesía por la infancia, los adolescente superan la fase en la que están sometidos a aquello que su entorno reconoce como 'lo correcto'.  Pasan de participar en una historia a escribirla descubriendo y tomando decisiones. A algunos la familia les influye más y a otros menos, para unos la familia es una influencia positiva pero para otros negativa. En este último caso, "los trabajadores deben hacer ver a esas familias que deben educar a esos menores de una forma diferente y dar lo mejor de ellos para dejar de estar desestructurada", explica Gonzalo Álvarez.
La idealización de la familia o los dramas que la subtienden cargados de conflictos, el sufrimiento que sus miembros pueden arrastrar y el exceso de protección y amor o todo lo contrario. Es aquí donde, según el trabajador social "está nuestra labor de mediar para que el entorno de los jóvenes sea el adecuado y se eviten situaciones que condicionan actitudes que no propicien el bienestar de los jóvenes", y piensa que "en los centros académicos debería haber equipos multidisciplinares formado por psicólogos, orientadores, pedagogos y trabajadores sociales para atender las necesidades de los menores y prevenir situaciones desafortunadas".
El trabajo está en el entorno social de los jóvenes, que posibilita que las habilidades positivas se potencien y se corrijan las negativas, y así el menor con su maleta cargada de condicionantes deja de ser un naufrago perdido e inseguro, se replantea cómo llegar a buen puerto y dónde tirar el ancla. "Todo el mundo tiene derecho a corregir sus errores y ser aceptado socialmente", concluye Gonzalo Álvarez, el cual sostiene que "superando cada caso de personas que sufren la exclusión social se superan barreras sociales. Solo tenemos una vida y los trabajadores sociales trabajamos para que todos tengamos las mismas posibilidades, ayudando a que aquellos que no lo tengan fácil y quieran puedan romper muros y vivir".

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